Alguna vez muy de madrugada subimos al
avión
para cruzar la cordillera y aterrizar
en Tarapoto,
llevando como único equipaje la
marcada ilusión
de pretender recorrer la selva en
caballo o moto.
Las calles de la Ciudad de las
Palmeras con sofocante calor
nos aconsejan que es mejor convertirse
en aliados del sol,
y nos invitan a refrescarnos con un
vaso de aguajina bien helada
mientras contemplamos el paisaje verde
más allá de la quebrada.
Las Cataratas de Ahuashiyacu nos reciben
inquietantes,
con su gélida laguna paradisiaca invitándonos
a nadar;
y quizás al meternos en sus aguas no sabrá
como antes,
pero la peregrinación obliga a
refrescar nuestro caminar.
El Centro Poblado de Sauce destaca con
su Laguna Azul,
como un lugar paradisiaco para
meditar, nadar y remar;
donde habita la leyenda de una sirena
que sale del baúl
para mostrarse en la orilla buscando a
quien conquistar.
El viento que acaricia las palmeras me
susurra al oído,
una tímida pregunta que rápidamente acelera
mi latido;
y convertido en música celestial
indaga: ¿Ya va a ocurrir?
mientras bebo del embriagador uvachado
antes de dormir.
Es muy corta esta poesía para rescatar
tan bonitos recuerdos
pero imagino que el tiempo en Tarapoto
por fin se ha detenido,
para una gigante Anaconda que no
conoce de crudos inviernos
o aquel gallito de las rocas que nunca
más le temerá al olvido.
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