12 enero 2014

Bellísima Ciudad de las Palmeras

Alguna vez muy de madrugada subimos al avión
para cruzar la cordillera y aterrizar en Tarapoto,
llevando como único equipaje la marcada ilusión
de pretender recorrer la selva en caballo o moto.

Las calles de la Ciudad de las Palmeras con sofocante calor
nos aconsejan que es mejor convertirse en aliados del sol,
y nos invitan a refrescarnos con un vaso de aguajina bien helada
mientras contemplamos el paisaje verde más allá de la quebrada.

Las Cataratas de Ahuashiyacu nos reciben inquietantes,
con su gélida laguna paradisiaca invitándonos a nadar;
y quizás al meternos en sus aguas no sabrá como antes,
pero la peregrinación obliga a refrescar nuestro caminar.

El Centro Poblado de Sauce destaca con su Laguna Azul,
como un lugar paradisiaco para meditar, nadar y remar;
donde habita la leyenda de una sirena que sale del baúl
para mostrarse en la orilla buscando a quien conquistar.

El viento que acaricia las palmeras me susurra al oído,
una tímida pregunta que rápidamente acelera mi latido;
y convertido en música celestial indaga: ¿Ya va a ocurrir?
mientras bebo del embriagador uvachado antes de dormir.

Es muy corta esta poesía para rescatar tan bonitos recuerdos  
pero imagino que el tiempo en Tarapoto por fin se ha detenido,
para una gigante Anaconda que no conoce de crudos inviernos 
o aquel gallito de las rocas que nunca más le temerá al olvido.


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