Miro una calle cualquiera
de nuestra helada serranía
y aunque no lo quisiera
me invade la melancolía.
Dormir sobre las papas en sacos,
cubrirme con pieles de corderos,
mojarme en rocíos mañaneros,
entre chullos, zapatos sin tacos.
Modelar llamas en barro
queriendo darle vida o movida,
comer la nieve que agarro
como si no existiese comida.
Correr entre tantos carneros,
saltar
entre ríos y praderas,
son tan
lindas las primaveras,
en Pasco
y bajo sus cerros.
Jugar
entre las retamas andinas
y
sentirse una veloz vicuñita
que de
frío nunca tirita
pese a
tantas lluvias ladinas.
Comer ese
choclo de enormes dientes
en su
versión cada vez más caliente,
mientras
jugamos en la orilla del río
soñando
en un futuro un poco sombrío.
Aguardar
en un recodo del camino
que
regrese mi padre de la Capital,
con las
manos repletas de cariño
y
apartándome de todo mal.
Cantar
una canción en quechua sufrida
para
esperar aquel mañana de luz y color
donde no
haya más odio ni rencor,
tan sólo una promesa de familia unida.
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