11 junio 2015

LOS CIPRECES

Una noche en los cipreses,
mientras los silencios cantaban,
sentada en mis rodillas
compartiendo nuestras mieles,
de tus labios brotaron sueños
que a dos almas enlazaban.

Y esa noche en los cipreses
me hice dueño de tus pasos,
quien lo hubiera imaginado
ni el profeta o fiel adivino,
que a partir de aquel momento
se anudaron nuestros lazos.

Por eso adoro los cipreses,
esa callecita semioscura;
ese muro fiel testigo
de promesas y llantos,
ese bosquecillo donde nacieron
a la realidad tantas locuras.

Quizás esa calle ya no exista
y sus árboles hayan sido talados,
pero lo que vivimos esa noche
en mi corazón aún palpita
recordando aquellos versos pasados,
donde no había miedo al mañana

ni temor a despertar en otros tejados.

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